
En las aldeas dogon construidas al pie del acantilado de Bandiagara, los jóvenes mantienen un intenso intercambio epistolar con los turistas que vienen a visitarlos. Proponen a los extranjeros cuadernitos en los que escriben su dirección junto a dibujos con leyendas sobre temas emblemáticos para el turista: máscaras, lugares de reunión y graneros.Desde muy niños, los dogon están acostumbrados a cumplir las difíciles tareas que les permiten sobrevivir en un medio semidesértico. Como la supervivencia de la comunidad depende de su comportamiento y de su participación en los mil trabajos que llenan el día, no se observa en ellos la crisis típica de los adolescentes de las ciudades.


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